Esta guerra hay que pararla

Por todos los medios, excepto los militares.

Hay que pararla ahora que las trincheras se llenan de vodka, café y chocolate, ahora que en la tierra se improvisan hornillos y la leña caldea los restos derruidos de los hogares. El frío debería calmar los ánimos a las partes y contribuir a una distensión.

El presidente ruso -lo sabemos- no va a perder la guerra. El presidente ucraniano -es evidente- está dispuesto a llegar hasta el final. El aislamiento de uno y el apoyo incondicional a otro está suponiendo la factura de un largo sufrimiento para el pueblo ucraniano y está contribuyendo a sumergir a Occidente en una espiral impensable, impensable porque en ella el pensamiento no ha lugar: sólo la nada quedará, y el nihilismo se habrá cumplido en su vertiente más radical.

¿No se puede intentar un diálogo entre mujeres y hombres buenos? ¿No hay sitio para las palabras?

Huelga decir que el ruso pensaba que las gentes de Ucrania les recibirían, si no con los brazos abiertos, sí al menos con la resignación de los viejos tiempos. "Una victoria rápida. Tomar Kiev. Quitar este régimen que no es hostil...", cálculos como estos estarían en el cuadro de mando. Ahora el odio ha sembrado los campos a ambos lados y las palabras se ven ahogadas por el dolor. ¿Quién sanará estas heridas? ¿Y cuándo?

Algunos apuntan a que la guerra terminará una vez el régimen del presidente Putin se acabe. Es un discurso tan atractivo como interesado, y muy peligroso. Equivale a una guerra sin fin y sin fronteras. ¿Es Rusia una democracia? ¿Quién o qué aparato político puede contrarrestar lo construido por el presidente Putin? Conviene tirar de hemeroteca. Leamos a Vargas Llosa (sí, un hombre liberal) en un artículo de Opinión de El País. Estamos en 1999:

"Ahora resulta clarísimo, para quien todavía no se había enterado, que la guerra de Chechenia era, pura y simplemente, una estrategia electoral, destinada a subir los bonos políticos del desconocido elegido por Borís Yeltsin para sucederlo y guardarle las espaldas. Ha funcionado a la perfección, en efecto. Putin es ahora una figura popular, aureolada por la mitología de un duro, un hombre de acción capaz de enfrentarse a los enemigos y arrasarlos. Con excepción de uno solo, todos los partidos y bloques políticos que participaron en las elecciones legislativas rusas, de comunistas a ultranacionalistas, han apoyado -y con verdadero frenesí patriotero- la acción armada contra Chechenia, lo que, si los números electorales hablan con claridad, significa que por lo menos cuatro quintas partes del electorado participan de lo que sólo cabe llamar un desvarío colectivo nacionalista." Fte: https://elpais.com/diario/1999/12/26/opinion/946162804_850215.html

El presidente ruso necesita una salida del laberinto en el que se ha introducido. Es responsabilidad de todos mostrarla. "¡Que pare su agresión! ¡Que se retire!", alguien, con buen juicio, nos lo susurraría al oído. Pero en la política real nada es tan simple y nada tan complicado como reconocer el error. La alternativa, el enrocamiento, el cierre, es una amenaza para todas las formas de vida de la Tierra. Toca tomarse muy en serio el riesgo y lo que está en juego. ¿Cuánto vale un planeta vivo? ¿Quién va a asumir el precio de la inexistencia de futuro? A las puertas de la muerte los combatientes malheridos se buscan y se dan la mano; nadie quiere morir en soledad. Y es que nadie quiere la carta de la muerte. El camino de los hombres está en su habitar en el lenguaje. Sólo nos podemos abrazar en el diálogo.

Ucrania y Rusia son pueblos hermanos, melancólicos y cultos. ¿Cómo podemos contribuir a que reencuentren su camino? Han sufrido mucho. Esto debe parar ya, por Ucrania, por Rusia, por todas las formas de vida de nuestro planeta.

Comentarios

Entradas populares