Mañana triste de domingo

Sentir la necesidad de verles.
Tocarles, escuchar su voz, acariciar su mirada con la mirada.
Y en un instante el tiempo golpea
duro en el semblante.
Los que te dieron vida no están,
son otros. Los primeros se fueron
consumidos
a medida que crecías.
Verles hoy
sus huellas y las cicatrices 
siempre abiertas de sus heridas.
Conversaciones 
mediadas por la ausencia
en voces apagadas,
consumen las horas 
entre la sala y los bares de la avenida.
Ancianidad sustentada por muletas y cachabas.
Cuerpos deformados, encorvados 
en su caminar, arrastrando los miembros.
Mofa de la juventud irrespetuosa.
Están chochos. Se les va la cabeza.
Y ríen por lo bajo 
sin verse reflejados en sus sienes plateadas.
Padres que lo fueron viven en la amarga soledad no compartida.
Desconocidos entre sí y de sus hijos, tan sólo esperan
el resultado del tiempo: 
vacío, ausencia y lamento ingrato.
Perdidos se acaba la vida.


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