Cartas desde el azul - Manu

José Manuel Vigón Fernández, Manu, nació en La Comba, Asturias, y desde bien temprano tuvo claro que era bilbaíno. Se fue de casa con un billete de ida en el tren de La Robla y empezó a trabajar en Bilbao descargando camiones. Despuntaba y encontró quien le fiara pensión y pagara estudios. Los Salesianos hicieron el resto. Tenía todos los carnés industriales imaginables. Iba para perito o ingeniero pero – amigo – la obra manda. Contaba yo trece años cuanto tu padre y el mío hicieron porque nos conociéramos. Yo era un guaje aficionado a la informática y tú ya tenías tu primera empresa de climatización. El primer día de trabajo destrocé el vídeo juego que habías comprado en un centro comercial: lo formateé en tu Amstrad PCW 8256 en el piso de Maurice Ravel. Nos caímos bien, a pesar de todo. Unos Kases de naranja y así empecé, contigo, mi experiencia laboral. Manu, nunca olvidaré la mesa llena de papeles del caserío de Santutxu, ni el bar que teníamos fuera. Lo primero que hice – ¿te acuerdas? – fue llamar a mi padre: “apa, ¿cuál es la diferencia entre albaranes y facturas?”. Treinta y cinco años después nos reíamos, tomando un estupendo albariño, contemplando el mar desde el Tábanu de Celorio de Llanes. Fue un día de septiembre de 2020, con Ana y Carmen, con las restricciones, con todo en contra: los amigos se encuentran pese a todo. Sé que te sentiste orgulloso el 18 de diciembre. Sé lo que anhelabas subir a Madrid y disfrutar con nosotros del momento. No pudo ser Manu… ¡qué más habríamos deseado que compartirlo!

Hemos pasado una vida buena buen amigo. Contigo conocí los años ochenta y la música protesta. Aquellos poetas… ¿Cómo está Labordeta? Seguro que alegre de verte. Uno de los profesores de mi tribunal lo llama “el abuelo”. Tuvo, como tú, la fortuna de conocerle. Recuerdo la furgoneta roja, mis primeras clases improvisadas de conducción, y las visitas a los clientes. Recuerdo la obra en el Ayuntamiento de Plentzia. Recuerdo las tardes en Zamakola 12 y en el Barrio San Martín de Zamudio, los bocadillos de ventresca de bonito, el vino tinto y los papeles para Industria. Y aquel día increíble que fuimos a comprar un IBM PS/1 a Logic Control. Entonces Bilbao todavía era tu ciudad, con su gris plomizo, sus altos hornos, sus valvulerías… Eras feliz en el caos del trabajo, eras feliz enseñando a la gente, ayudando, no tenías horario cuando se trataba de un cliente o de un amigo; tu corazón lo daba todo – hasta hoy – pero también eras infeliz en tu casa y eso te hacía huir. Sólo encontrabas refugio entre los amigos y en tu tienda de campaña, junto a Natxitua, pescando a la luz de tu lámpara de gas, en tu traje de goma (ahora dicen de neopreno). Años después nos sigue gustando esa playa rocosa. Las nécoras corren por doquier. Y los bueyes y centollos, los pulpos, están ahí, a un paso, entre las rocas y en las pozas. Veo fotos de no hace tanto y estamos felices Manu. Es dura la bajada pero una vez ahí nadie piensa en volver, ¿verdad?

Recuerdo a Gurutz Mari y su txoko: ¡brindad por el reencuentro!, siempre tan deseado. Recuerdo a Rojas y a Corcuera, la trastienda de Elcano, las aplicaciones de contabilidad en aquel extraño sistema operativo, las toneladas de papeles, los racores locos y aquel joven estudiante de informática que intentaba desarrollaros una aplicación para el control de almacén: era una base de datos 4GL Progress. Aquel coche tuyo – el Volvo blanco – en el que íbamos a buscar a Ana (nadie ha tenido un chófer más elegante el día de su boda, no) y salíamos a tomar unos cavas, o unos ginkases. Los viernes a la tarde en la cafetería Toledín donde Valentina – mi ama – y Raul nos esperaban alegres, con unos txopitos recién preparados, y donde los amigos nos juntábamos – llenando el local, con los coches tirados fuera, en doble fila – y reparábamos la semana laboral y ya preparábamos la siguiente. Luego a Poza y yo me dormía mientras ella y tú contabais historias de curas y monjas y nos daba el amanecer en el Churchill. El día que me licencié viniste a buscarme a la universidad. Pasamos a recoger a Ana y marchamos hasta el restaurante de tu amigo asturiano de Getxo. Lo celebramos por todo lo alto.

Recuerdo nuestra última conversación, el 31 de diciembre. Enviaste un whatsapp. Notaste algo de tristeza en mi respuesta, y llamaste acto seguido. Lo titulé “malestar general” y lo nombré “un sin Dios”. Tú me animabas, me decías que de esta saldríamos, que lo celebraríamos juntos, que todo pasaba… Laurita no podía ir a cenar con vosotros: tenía miedo. Mis padres también. Pero ya tenías un buen vino para Carmen, ya habías aparejado una cena romántica, … porque eso es lo que te define Manu: un hombre enamorado. A tus poesías me remito. No podré olvidar aquella Navidad adelantada que celebramos en casa de Laurita el puente de diciembre: yo enfrascado en mis temas laborales, no pudiendo desconectar ni de día ni de noche, y tú que preparaste una Nochebuena inesperada. Esa noche conocimos a tu familia política, a tus sobrinas-nietas, a tu cuñada… Se quedó algo de nuestro corazón con vosotros ahí. Lo pasamos bien en la boda de la hija de Carmen, ¿recuerdas? Pero la vuestra – y todo lo que la siguió – fue algo insuperable. ¿Qué será de Jose y su amiga? ¿Qué de aquellos locales en los pórticos de Avilés y de su hotel palacio? ¿Qué del marisco que dejamos en recepción? Ventajas de establecer lazos con la gobernanta del NH... Es 4 de enero, estamos en el Portuberri y el teléfono suena. Descuelgo. Carmen habla y todo acabó aquí, ahora. No podemos salir para Gijón sin más ni más. Es ilegal. Ana siente angustia. Por todas partes ves cómo se levantan muros, se imponen frenos, medidas. Yo sufro ya por Carmen; tú sé que estás bien, con otros amigos queridos, preparando todo, aguardando. Ya les he dicho a los chicos que te fuiste muy a la francesa, sin hacer ruido. No hace mucho casi lo consigues en Madrid. Se han quedado como yo, encogidos. Nos espera Natxitua, queda de mi cuenta.

Hoy no te lloro, no puedo. Lo haré poco a poco, como destila la tristeza en mi alma. Soy muy afortunado de haber compartido la vida contigo Manu. Sé que me querías como a tu hijo. Yo a ti como a mi padre. Ahora que estás en el cielo, escucha, busca a Bikandi y Astigarraga. Son viejos amigos. La diosa me contó que han abierto un txoko – lo llaman Gasteiz – y está muy concurrido. Igual te encuentras a Lola y Juan Carlos. Te recibirán con los brazos abiertos. Enséñales a pescar, que comer y cocinar ya saben. Y no te olvides de darles recuerdos. Por aquí el tiempo pasa rápido. Dejo unas pocas fotos – espero que no te importe – para que quede algo nuestro cuando ya no estemos. Mañana nos vemos y pronto bajaremos hasta la cala, a contemplar el mar.







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