Cartas desde el azul - Manu 4.0

Atendí a tu cuarta misa. Otro oferente, otro estilo, otros tiempos… el mismo rito. Me marché pensando en hacer las compras: así de triste. No sentí a Begoña. Las voces del templo ahogaban el necesario silencio. La talla se limitaba a observarnos desde lo alto, que no altiva. Pasaron las horas anodinas de un sábado gris sin nieve hasta que Koldo me sacó de un golpe de mi letargo, de un golpe de honda amistad, con palabras que llegan de lo profundo, que rara vez se pronuncian, que llaman a abrazar. Marino, se emborrachaba, como el viejo Ugarte al atracar necesitado de puerto: sufría por mí y no sabía cómo decírmelo. Nos falta el llanto y el calor de la compañía. Quedamos pocos y nos sentimos lejos. Koldo llora a su amigo Miguel y tú y yo le recordamos ese dolor Manu.

Hoy misa de salida, final de extraña semana, fría y cálida, triste sin perder la alegría. Vendrán Alfonso y Valentina. También los amigos de Santutxu. De los pésames a la conversación amena y la bebida espirituosa nos separarán 45 minutos y habremos transitado todos los pasos: desde “los hermanos que nos abandonaron”, a “la fe de tu iglesia”, al “santifica estos dones” y al – alegre – “podéis ir en paz.” Tenemos una religión melancólica de pastores y rebaños, una religión de campo y pedregal, elevada sobre las columnas ajadas del mundo griego. Aparente y bien engrasada para resolver y resguardar la muerte a golpe lectura evangélica y bendición apostólica: el mesianismo hebreo de la esperanza.

Pero es que somos así. Enterramos la muerte cuanto antes. Aterra. Pronto olvidamos que cada muerte es también la nuestra porque somo uno y queremos pasar página, como individuación desgajada e ignorante, pero colmada por seguir estando. Pensamos que los que murieron dejaron de existir – y es verdad – pero no dejaron de ser: son en el ser y siempre se conjuga en tiempo presente. En la misa nos hablarán de la “comunión del Espíritu Santo” y no entenderemos qué significa y seguiremos como si tal cosa. También comeremos “el cuerpo y la sangre” de nuestro salvador, y permaneceremos con la conciencia tranquila del rito simbólico inaccesible.

Somos uno todos Manu y en el uno seguimos. Nuestras almas se consumen con nuestro tiempo y su llama se extingue mientras el cuerpo se disgrega y vuelve a la naturaleza: la esencia del cuerpo permanece, bien que rota y dispersa (¿pues no hacen hincapié en “la resurrección de los cuerpos”?); el alma inaprehensible y evanescente se disipa sin solución; pero el espíritu son las obras y lo que resta. Ahí está nuestra eternidad mientras quede un hombre que sienta la llamada del ser.

En la próxima estación – completada Begoña – Natxitua. Pasará un tiempo, no sé si poco o mucho. Es indiferente. En el mientras, vela por los que seguimos aquí, en la tierra. No te faltarán mástiles para tus velas.




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