Malestar general

Un no saber constante, "¿estaré bien?, ¿no habré contagiado a alguien?" Cada tos, cada estornudo, un motivo de preocupación: "¿tendré el dichoso virus?" Pruebas de PCR y negativo: ¡motivo de alegría!, "hoy todavía no soy yo" —me digo, estúpido.

El virus nos ha llevado a múltiples estados: estado de incredulidad, de escepticismo, de alarma, de paranoia... pero el último estado es de angustia. El miedo está por doquier pero hacemos como si no fuera nuestro miedo. Caminas por las calles buscando a tus padres entre la gente, esperando que estén ahí, en su terraza, como siempre, pero no. Los abuelos deciden quedarse en casa: "mejor solos"; "¿no os iba a acompañar Begoña?"; "sí, pero ya no." El resto se resume en el mencionado estado final.

Hay quien piensa que estamos dando el paso a la esperanza. La ciencia vence la partida nueve meses después de los titubeos iniciales: focos localizados, aislados, bajo control... pandemia. Un número de muertes que se convierte en eso, en número. Y una sensación de habernos fallado los unos a los otros. De haber minusvalorado el verdadero impacto de esto: nos hemos vuelto un poco más in-humanos, hemos bajado un par de peldaños más a nuestro infierno interior... donde siempre la muerte es de otro: “Qué alivio…” —mientras todavía respiro enmascarado.

El faro se ha apagado. Nuestra alma se ha encogido egoísta y se ha tornado más huraña. Un día nos despertaremos sin ella.


Comentarios

Entradas populares