No me acostumbro

Salir dentro de un horario, con una hora limitada.
Vestir un bozal.
Esquivar a unos y otros. Los que corren, los que andan, 
los que van en bici.
Los de los perros, y los que no debían estar.
Incomodidad,
ver en cada persona un foco de contagio,
un problema a quince días vista, futura
proximidad de una muerte 
cosa por otra parte cierta.
Contemporizar.
"Espera. Deja paso. Échate a un lado."
El tirón de la mano para que no avance,
el refrenar o apretar de cada instante.
Salí con ilusión el primer domingo de libertad vigilada:
"¿Llevas el móvil? ¿Está encendido? 
¿Sabes que pueden rastrear tu ubicación?"
Me sentí como nuevo al llegar a casa.
Volví a salir el lunes con el mismo entusiasmo, a la hora convenida.
Insoportable
cruzar de miradas
unos embozados, otros no, 
sentir cómo aquella señora te insultaba por pasar 
demasiado cerca.
Ver aquel vacío 
provocado por un señor que tosió. 
¿Y aquella mujer mayor que estornudó?
Los servicios de seguridad estuvieron a un paso 
de acordonar la zona.
Playa Etxebarria, zona limpia.
Si esto llega ser otra enfermedad 
nos habríamos suicidado.


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