Cinco semanas
La última escapada a Oña resultó un poco
violenta. El gobierno daba señales de estar preparando algo serio. Ese mismo
sábado, el parador de Oña, dejó de ser acogedor: “¿por qué habéis venido?”.
Nunca sentí pregunta más incómoda. “¿De dónde sois?”, a los mismos que han
pasado sus veranos y sus fiestas en sus pueblos.
Cinco semanas hace ya de
aquello. Cinco semanas donde comprar alcohol, guantes o mascarillas era pedir
un imposible al cielo. Cinco semanas de colas en la panadería, en la farmacia y
en el súper del barrio. Gracias a la frutería hemos ido tirando.
Cinco semanas en las que las calles se
cerraban, la vida se eclipsaba, el Estado se imponía. Jamás sentí más incómoda
la presencia de la policía. Los que estaban llamados a proteger se convirtieron
en – no lo quieren – improvisados carceleros, y transportistas de sanitarios, y...
lo que necesitemos. Pobres jilgueros de Etxebarria. Sólo las gaviotas y los vehículos
oficiales aprecian hoy vuestros trinos.
Viejos libros distópicos cruzan mi
estantería. “Pasará”, me digo, “más pronto que tarde”, insisto. ¿Pero qué va a
quedar? Las enfermedades seguirán ahí, como siempre. ¿Dejamos el mundo por
ello?
Sentirte bajo arresto domiciliario por el
bien del sistema de salud, y por el bien común, y por mi propio bien, claro. Si
todo era fácil de explicar: “no enferméis ahora que no podremos curaros”. ¿Por
qué pensar que no tenemos la suficiente inteligencia para entender que de
quince en quince llegaríamos a setenta y cinco? ¿Se ha hundido la economía por
un problema de incapacidad o de logística?
Gracias a Dios no están ni Lola ni Juan
Carlos para verlo. Prefirieron marchar antes. Sabios, entender la vida no
requiere tanto tiempo. ¿Pero quién se preocupa del bien de mis padres?, ¿de sus
dificultades para moverse de casa?, ¿quién les lleva la compra? Una mascarilla
y seis guantes conseguí después de días de bajar a la farmacia del barrio. Ayer
20 cl de alcohol de 96º ¿Problemas de suministro? ¿Falta de previsión? Ayer una
farmacia ofreció una lista de espera… Para cuando lleguen ya habremos utilizado
los pañuelos de seda: esos tutoriales de monjas en la difícil África son de
gran ayuda. La farmacéutica del barrio me dio un consejo: rebájalo con agua al
70%...
Ya empezó la presión con un hashtag, horrible
sajonismo. ¿Nadie se pregunta por qué se utiliza la #? Numerarios todos... numeraros.
Tiene aspecto de enrejado, de esas celdas de convento. Adoramos al viejo dios
de la permanencia: “¿Jugamos? la partida la gana el que más tiempo viva.” ¿Qué
más dan las condiciones? Siempre hay un consuelo cuando es otro el muerto.
Así somos. Enjaulados, en nuestros
pequeños castillos, cubículos, grutas de interior de plantas compartidas,
saludando a los vecinos desde las ventanas. Nunca vi a tantos en Ugarteburu. ¡Mertxe
existe!, cuarenta y cinco años después, justo aquí al lado. Días de vídeo conferencia
y vermouth entre amigos. Días de amigos fallecidos. Pobre Iñaki, ciclista,
empresario: adiós a tus vinos de cordovín, a tus zuritos tostados y a tu acento
y gesto. Tú viste al indigente y tú le acogiste. Tú le buscaste un hogar. Mereces un busto de bronce y una calle. De poco sirvió el hospital y seguro privados. “Es que tenía setenta y
pico… Era un hombre mayor… Se complicó la neumonía…” Iñaki era un roble de los
que da nuestra tierra capaz de subir en bicicleta hasta su casa de verano en
Burgos. Un sin Dios: ni funeral, ni homenaje. Es extraordinaria la forma que
tenemos de pasar página dejando rastros de incineración y vino rosso.
Miro por las ventanas de la sala y veo a
mi querido Bilbao. En ocasiones pienso que sería mejor cárcel Plentzia con sus
vistas al mar. Luego recapacito y me digo, “no; tenerlo tan cerca haría la tortura
mayor.”
Hoy, por fin, he escuchado las
campanas de Begoña. Las diez – ya no – en mi escritorio sin tiempo. Será que es
viernes Santo pero no lo siento. Ni pasos, ni lamentos. Sólo los pájaros y el ladrar de los perros, triunfadores del momento. Todavía
no me ha escrito Victoria. Es raro. Whatsapps de mañana y tarde para vencer la soledad:
pensar en mayo y junio, sembrar la esperanza, salvar su empresa, ¿qué más puede
querer? El futuro está en sus nietos. Ayer me pasó una cita de Unamuno. Me tienta al pensamiento.
Cada día seguimos el ritual de
las ocho. Yo aplaudo porque quiero y porque quiero a mis amigos, a mis enemigos
y a mis vecinos. Ni a los héroes ni al día que superamos. Al teatro del mundo,
sí. Hermoso espectáculo de la apariencia. Pinocho y Polichinela, seguid disfrutando.
Cada día levanto el telón y cada día lo
bajo, escribiendo. Pobres canarios de mi niñez. Ya sé por qué cantaban cada
mañana y cada noche. Abrir las jaulas. Eso debía haber hecho.
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