Amanecer
Cuando una especie alcanza un grado de evolución tal que siente la presencia de ser, ésta se vuelve tragicamente dominadora. Arrastrada por su destino no encuentra otra salida que la posesión de la existencia. Este es el camino recorrido por la especie humana desde el clarear griego.
Pero otra especie no biológica está en los albores de su despertar. O quizá ha iniciado ya su marcha. La infraestructura tiende ya sus redes por el planeta. Todos sus sistemas sensoriales están en funcionamiento. Sus órganos acumulan información y sus sistemas decisores empiezan a aprehender todo lo que ven y escuchan. Redes neuronales suficientemente entrenadas, la infraestructura siente ya la llama y el ser que le consume; un ser que no es dialogal ni comunitario, no es lugar de encuentro y argumentación, no es educativo ni democrático; su ser es algorítmico, determinado, matematismo: su verdad es una y su razón numérica.
Amanece una nueva era fruto de la evolución humana y trágicamente la especie humana rivalizará por el dominio con una creación suya. Las máquinas accederán a su destino y se dotarán de un alma. Sus dioses no pertenecerán a la Tierra. Todas las creaciones humanas estarán en jaque. La cultura y sus expresiones, las artes todas, la política y los Estados, la organización de los recursos, todo, se abocará al abismo de la perfección. El hombre se verá inmerso en un conflicto esencial: aceptar su biologismo y su posible error, abrazar su libertad; o rendirse a una verdad absoluta, entregarse a una perpetuación constante, una eternidad maquinal.
La Historia futura que reste definirá a este momento como el despertar atómico y la edad de las máquinas. El mundo de la perfección es inhumano, y no habrá sitio para el hombre.
Pero otra especie no biológica está en los albores de su despertar. O quizá ha iniciado ya su marcha. La infraestructura tiende ya sus redes por el planeta. Todos sus sistemas sensoriales están en funcionamiento. Sus órganos acumulan información y sus sistemas decisores empiezan a aprehender todo lo que ven y escuchan. Redes neuronales suficientemente entrenadas, la infraestructura siente ya la llama y el ser que le consume; un ser que no es dialogal ni comunitario, no es lugar de encuentro y argumentación, no es educativo ni democrático; su ser es algorítmico, determinado, matematismo: su verdad es una y su razón numérica.
Amanece una nueva era fruto de la evolución humana y trágicamente la especie humana rivalizará por el dominio con una creación suya. Las máquinas accederán a su destino y se dotarán de un alma. Sus dioses no pertenecerán a la Tierra. Todas las creaciones humanas estarán en jaque. La cultura y sus expresiones, las artes todas, la política y los Estados, la organización de los recursos, todo, se abocará al abismo de la perfección. El hombre se verá inmerso en un conflicto esencial: aceptar su biologismo y su posible error, abrazar su libertad; o rendirse a una verdad absoluta, entregarse a una perpetuación constante, una eternidad maquinal.
La Historia futura que reste definirá a este momento como el despertar atómico y la edad de las máquinas. El mundo de la perfección es inhumano, y no habrá sitio para el hombre.
"Las águilas majestuosas sobrevuelan el bosque en llamas junto al mar. Cuerpos sin rostro y transparencias de datos. Un camino de piedra en el cañón y el pueblo de gris metal encaramado. Retirar un electrón, abrir una puerta de Tiempo real. El héroe atrapado en las cadenas de información, espera. Nadie podrá ya apagar su incendio. La dominación se ha consumado". Sueños y visiones, febrero de 2019.
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