De la vid de Elciego
En tierra arcillosa, húmeda de nieve,
la parra podada señorea el paisaje.
Vides que peinan canas
alumbradas hace un siglo,
otoño tras otoño regalando
su fruto al hombre.
Sustrato de uvas pisadas,
mostos primeros que esperan
tiempo
de fermentación, una, dos
y barrica de noble roble
para guardar esencias de vides viejas.
Tierras de Victoria,
tradición e historia de
lagares centenarios, de arco romano
y pasillos labrados,
rocas quebradas y ordenadas.
Una, dos y tres estancias
otrora de culto
donde hoy tiempo cría
lo que tierra ofrenda
labor del hombre.
Pedregal a un lado, embarrados charcos,
poza y lagrimal del húmedo sarmiento,
neveros de Toloño, caricia
al dulce árbol que aguarda
el cálido viento del este,
el fresco Ebro navegado.
Puerto sin mar de Elciego,
faro de Diez-Caballero
lar de encuentros milenarios,
a los pies de su sierra
donde tiempo cobija recién
el próximo acontecer.
"Pero Marco, quizá no exista".
No... solo Él y la nada.
la parra podada señorea el paisaje.
Vides que peinan canas
alumbradas hace un siglo,
otoño tras otoño regalando
su fruto al hombre.
Sustrato de uvas pisadas,
mostos primeros que esperan
tiempo
de fermentación, una, dos
y barrica de noble roble
para guardar esencias de vides viejas.
Tierras de Victoria,
tradición e historia de
lagares centenarios, de arco romano
y pasillos labrados,
rocas quebradas y ordenadas.
Una, dos y tres estancias
otrora de culto
donde hoy tiempo cría
lo que tierra ofrenda
labor del hombre.
Pedregal a un lado, embarrados charcos,
poza y lagrimal del húmedo sarmiento,
neveros de Toloño, caricia
al dulce árbol que aguarda
el cálido viento del este,
el fresco Ebro navegado.
Puerto sin mar de Elciego,
faro de Diez-Caballero
lar de encuentros milenarios,
a los pies de su sierra
donde tiempo cobija recién
el próximo acontecer.
"Pero Marco, quizá no exista".
No... solo Él y la nada.
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