El hastío

Escuchar las noticias y llorar amargado: cabezas maquinales parlotean con sus miradas perdidas en pantallas de dictados; bustos pornográficos actuando. Leer la prensa y sentir náuseas: olor ocre de lo largo tiempo cerrado y yaciente.

¿Dónde un abrir de ventanas y puertas? ¿Dónde un vendaval de jazmín y azahar?

Niños enfermos, visitas reales, juguetes peligrosos, máquinas de timbres, de todos los tamaños y formas, salpicadas de colores, abanicos de sonidos… y apps disponibles para los temerosos padres. Jóvenes hambrientos de porvenir, amenaza del malestar general, el mar escupe sus cuerpos, objetos apilados, estanterías del horror golpeando en las cristianas conciencias, de rebajas y cuestas de enero.

¿Dónde está el configurador del mundo? ¿Dónde el tañidor de las infinitas melodías?

Estación del mundo muerto, todos los paneles señalan un mismo destino: “aquí, no más”. El tren Humanidad se detiene en cada generación e inicia un nuevo recorrido. Una vida, un instante, completa un círculo mientras suena una cantinela inagotable: “aprisa, más aprisa, el futuro te espera, en ningún lugar, de ningún tiempo; aprisa, más…”.


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