Mis abuelos

Antonio, abuelo, qué pronto te fuiste.
Eran domingos de subir al monte Arraitz, de comer con la abuela Nicolasa, de hablar con la vecina María - otra abuela, como tú - de ver la televisión en blanco y negro, inolvidables veranos de Uretamendi, de jugar a la guerra y de enamorarnos de niños, pre-adolescencia, el mundo era nuestro.
Antonio, azul de azules, Marco no te seguirá, y lo siente mucho. En la vida aceptó lo que el destino le brindaba, y sólo una cosa faltó: Julia, su preciosa niña, el ángel que tenía que educar, su cuidado, su razón de ser, su vida.
Antonio, lo siento mucho. Sé que Siso y tú sois buenos amigos. Me lo dicen los dulces anocheceres de Begoña, mi casa, el lugar donde me formé como hombre, no el sitio que me crió. Ese otro era Uretamendi y vosotros, mi familia. Repasa mi memoria las fotos de los años 50. Qué brava la madre de mi padre, hacha en mano parando las excavadoras. Estaba Celia forjada en hierro y sal marina, mujer de ojos verdes, enjuta como su nieto, fría y cariñosa, todo en una. Inolvidable palomar y discusiones con mi madre. Dos mujeres de acero imposible de fundir.
Antonio, primera comunión en Begoña, 7 años contaba. Txutxi pelirrojo y raído, en nuestro Batzoki, antaño txakoli. Mi querido abuelo siempre has sido mi ejemplo. De Toledo héroe, vi donde dormías. ¡Cuántos buenos hombres habrán muerto por tus disparos! Cuántas viudas, cuántos huérfanos... Era tu guerra. Recuerdo a la abuela "era nuestra tierra; el abuelo luchó por ella; nuestro campo, nuestros animales... ¿por qué aceptar a esa gente en mi puerta?" Recia Nicolasa, dos carnicerías y un pueblo entero alimentado. Mujer de ocho hijos, de qué poco sirvieron abuela.
Y ya cuento cuarenta y seis, y no os puedo entregar nada... Lo siento. Si era vuestra esperanza os fallé. Es la vida y su azar, y todo. Recuerdo la fuente de Arraitz y la vara de abellano. Recuerdo llorar cuando perdiste la cabeza y el habla - don destino.
Mi querido abuerlo, recuerdo no poder hacerte entrar en razón: no podíamos subir al Pagasarri, no podíamos porque yo era pequeño y tú, mi querido abuelo, ya no estabas.
Hoy me asomo a la ventana, y contemplo el sol ponerse, y veo la dulce colina de la iglesia de los jesuitas que hicieron un barrio donde sólo había chabolas. Uretamendi, el bar Zamora, mis abuelos, mis tíos y primos... todo se quedó atrás, pero os recuerdo. Ningún atardecer hoy sin vosotros.
Lo siento mucho. Tampoco está Román. El azul morirá conmigo.

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