Historias de Etxebarria

¿Qué decir? Ante la vacuidad de cada día hay momentos y personas que devuelven la esperanza.
Quiero referir a los que se entregan, a los que no esperan, a los generosos, a las mujeres y hombres que ven más de sí.
Cada día, cada encuentro, un punto más del individualismo, la introspección, un decir a un dispositivo lo que no puedes decir al prójimo, un aislarse en la digitalización de la naturaleza, un dejar de ser sí mismo para tic-nificarse.
Pero hay personas que cada mañana y cada tarde se entregan, que buscan el momento de aportar felicidad y cariño, que saben que lo que hacen no puede ser remunerado porque es lo más íntimo de sí. No hay precio para ellas y ellos. Sólo reconocimiento.
Cada día la joven pasea al anciano, la madre acompaña al niño, la abuela viste a su marido... Ellas son nuestra esperanza:
- "No puedo dejar de saludarte. Te observo y veo lo que haces por tu perro".
- "Es viejo y cojo; no se sostiene".
- "Pero tú le quieres, le paseas, le tumbas en el cesped, le acompañas... Es maravilloso".
- "Muchas gracias. Si supieras lo que tengo que oír...".
En Etxebarria suceden cada día historias humanas. Ellas me recuerdan de donde vine y lo que me espera. Sin ellas no sería quien soy. Hay un perro cuya vida es envidia de muchos hombres: es querido; el cesped acaricia su lomo cada día; los brazos amorosos le llevan y le traen, le sostienen; cuando veo a ese animal y a su "dueña", cuando les observo y pienso, me pregunto: ¿es este el rastro y el rostro del amor de los hombres? Y si lo es, ¿por qué nos cuesta?¿A dónde va?¿Qué precisa? Cultivar amor, esa es la razón de nuestra especie, mitad humana, mitad divina.

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