El lobo rojo

Nos trasladan los "Incendios" de Wadji Mouawad a un escenario de violencia desatada, cercana, real. Apología del amor, freno del "principio de la última guerra del mundo". De corazón descarnado, deja para el último y prolongado silencio la resolución de su vida. "Enterradme desnuda boca abajo... Verted tres cubos de agua sobre mi cuerpo..." En su muerte lleva a sus hijos a su verdad.
Del amor nace el germen de la violencia, una guerra - cualquiera - donde un "lobo rojo" suelta dentelladas que se justifican ad infinitum, dentelladas que son tortura y violación y asesinatos... "No era mi rostro lo que le interesaba. Su sexo en mi sexo: una, dos, tres, tantas que se quebró el tiempo". Es Mouawad libanés de nacimiento. Sus incendios son los nuestros. Son hoy Siria, Irak, Yemen... Realidad cercana y opresiva - muertes en el Mediterráneo -, que a fuerza de telediario - de voz apagada, cuando las fotos dejan de hacer poesía - acaba siendo cotidiana, sorda y lejana. Imposibilidades tornadas hechos. Partos en la oscuridad, asistencia ninguna, gritos desgarradores, cubos oxidados y restos de vientres a ríos helados arrojados. Todo lo posible acontecido y lo inimaginable por venir: "no amamos la guerra ni la violencia, y sin embargo hacemos la guerra y practicamos la violencia". De cuerpo mellado dos veces vejada (¿dos?), dignidad de madre, reencuentro, verdad que "sólo puede desvelarse al ser descubierta", silencio que sigue a la verdad... "Ahora que estamos todos juntos todo irá mejor", ahogada esperanza y canto de cisne. No acabará el incendio hasta que el fuego desaparezca del mundo. Con él, el hombre. El ser se ocultará de nuevo a la espera de otro acontecer. Pero ella canta y su canción lleva la palabra al ser-ahí del suplicio. Un comienzo: nombre de mujer inscrito en lápida de mujer; lágrimas que fertilizan la tierra, simiente amorosa y recuerdo. "No me queda más que mi muerte y yo la quiero". El otro comienzo.

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