Bienaventurado el caminante

El camino no es la meta ni Santiago. El camino eres tú.
El camino no es el esfuerzo ni la superación, no son las horas al sol ni bajo la lluvia, no es la carretera ni el bosque, no tiene forma ni desplazamiento, no es un de aquí hacia allí, no hay algo bidimensional que lo mida. Es inabarcable e intangible.
El camino no son los mapas, ni las madrugadas, ni los viajeros. El camino no son los albergues ni los reencuentros; no es el día que pasa ni la noche en soledad; no es la presencia ni el tiempo. El camino es la ausencia y la soledad.
El camino no se mueve, no requiere desplazamiento, no hay un allí, no existen las etapas. El camino es inmóvil.
El camino no es la esperanza del cumplimiento; no es una prueba humana, ni una demostración; nada muestra el camino. El camino es abandono y olvido. Sólo tú y la voluntad.
No está dios esperando al final del camino; no hay milagro ni redención; no hay un final del camino. El camino es un círculo. Ya lo has recorrido.
Sí hay peligro, el máximo peligro. El camino circunda el abismo del ente abandonado del ser que clama por desvelarse.
El camino es el ser de la vida. Es cada decisión, cada acción, cada posición. El camino es el círculo en el que la vida se vacía en el ser y el ser vuelve a la presencia. El camino es la expectación, el ser-estar atento, el agudizar los sentidos, la posición aperturante, la serena espera. El dios desvelado.
El camino es el círculo y el anillo. Lo que va y retorna siempre. El camino es la verdad.
Bienaventurado el caminante porque encontró el camino.

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