Cenicero y el Aula Paleontológica
En Cenicero el Ebro pasa caudaloso y calmado, más lago que
río, lugar de embarcadero y reposo y deleite para las aves. Es Cenicero una
ciudad – centenaria por su heroísmo – dotada de Estatua de Libertad, un Nueva
York riojano, ilustre presa del fascismo hoy liberada, mal ubicada, herida pero
viva– y Aula de Cultura.
Sábado de fiestas, la Señora Daría sonríe a sus fieles. De puertas
abiertas a la Cultura, recorrer las salas de pinturas – niñas y niños, mujeres
y hombres, jóvenes y mayores – todas señales de un pueblo vivo y entregado,
reunido, orgulloso y abierto, cooperante. Salón de actos, sala de informática, biblioteca…
y Aula Paleontológica.
Colección de fósiles y huellas; nominadas, datadas,
comentadas… Una vida dedicada a recorrer las riberas y las laderas que acumulan
lodos de millones de años. Un tesoro bajo la tierra riojana que Salvador ha
liberado y mostrado. Profesoras, investigadores y niños… ¿cuántas vocaciones ha
sembrado el mínimo salón del tercer piso?
En Cenicero han vivido mujeres y hombres solidarias y valientes.
Frente de batalla para la gripe española, en sus campos – todavía huertos a
pesar de la intrigante vid – faenan gentes de distintos mares. ¿Quién cogerá el
testigo del cincel y el cuaderno de campo?¿Quién abrirá su casa?¿Quién acogerá a
los que simplemente buscan?
Lugar de encuentro, ejemplo de convivencia, compromiso por
lo público, esta pequeña ciudad tiene mucho que enseñar a La Rioja y España.
Libros y pedernal, herencia de una vida propia, pasión
regalada que busca quien la siga. Cenicero cobra vida en Claudia y Salvador. De
ceniza cubiertos, el tiempo pasa. “Otro verano sin estudiantes…”, suspira
Claudia, mientras faena en La Opá y rememora sus años en la Corporación. “Están
haciendo mundo; volverán”, seguro y anhelo de Salvador. “Ayer vino el
Presidente de La Rioja”. Repaso acelerado de la prensa: una breve reseña, que
dice más por lo no escrito; vileza de hombres, siempre cuesta reconocer lo
ilustre de los paisanos. La vieja España sigue entre nosotros.
Dos bronces están en la fundición esperando su molde. En
Cenicero la plaza se va a quedar pequeña. ¿Quién abrirá el cuaderno de campo
mañana? ¿Quién acogerá a los estudiantes? Toneladas de roca, esperando un lugar,
y quien las interprete.
El Ebro seguirá su curso, los huertos inundando, las mujeres
y los hombres faenando, pero sin Salvador y sin Claudia, Cenicero pierde su
bandera, de ciudad.
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