A vueltas con los pactos - madurez democrática

Cabe preguntarse qué urgencias hay entre los partidos políticos por sellar pactos para definir quién ocupa qué cargo y cuánto rédito obtendrán del mismo. No han pasado ni dos semanas en los que unos y otros se rasgaban las vestiduras en pro del voto del indeciso, del que no veía ninguna opción, del que sabía que daba igual quien o qué siglas ganaran porque siempre ganaban todos. Ni dos semanas después y aquí les tenemos repartiendo cuota y territorio. Un día tras otro un grupo editorial de corte liberal recogía el interés un partido también liberal para negociar con otro partido - que se siente socialdemócrata - las carteras de los municipios y las diputaciones de un pequeño país del norte de la península ibérica. ¿Y a quién le interesa que la fuerza más votada tenga estabilidad en las instituciones? Más votada pero menos; si se observa se han obtenido menos votos que en 2011 y la diferencia y el logro han provenido del desgaste - que no de la gestión eficiente de quien ostentaba la administración general de la comunidad - de cierta fuerza de la izquierda local del pequeño país que en su acervada defensa de una gestión diferente de los residuos de todas y todos ha visto como todas y todos son ecologistas pero no tanto. ¿De verdad es bueno para la democracia los pactos postelectorales? Porque al votante no le anticiparon "si nos votas haremos con tu voto el mejor acuerdo posible en pos del bien..." ¿de quién?; el voto prestado se ha convertido en moneda de cambio para vaciar la democracia de su esencial característica: el debate, la confrontación, la tensión dialéctica, el desencuentro... esto es, todo lo que posibilita la creatividad, la iniciativa, la solución más adecuada (porque adecuado es lo que se obtiene fruto de que todos cesen en sus posiciones iniciales y encuentren un punto de equilibrio). Otro engaño más de la representatividad del voto. ¿Y luego alguien se alerta si poco a poco los votantes optan por no ejercer su derecho? Y es que en verdad, no hay razón suficiente para ello. La suficiencia pasa por asumir la responsabilidad de cada persona por la democracia y hacer de su voto no un regalo sino un compromiso por la acción política. Pero es que a estas alturas ni siquiera nos sentimos estafados; simplemente, funciona así. ¿De verdad es buena la estabilidad en las instituciones? No, si por estabilidad se vehicula la palabra reparto; sí, si por estabilidad se entiende que las instituciones se mantengan - sujetas a revisión y crítica (no son templos sagrados) - gobierne quien gobierne. ¿Acaso es un mal para el país que el gobierno de turno esté en la necesidad de buscar acuerdos para sacar adelante sus políticas? No lo parece; de hecho, parece realmente bueno. Hay algo de inmadurez en nuestra pequeña democracia: necesita sentirse fuerte a través de pactos y apoyos cuando su fortaleza reside precisamente en los forzados equilibrios de cada momento.

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