Conversaciones con M. - Hannover

Leo a Vicens y Coromina su capítulo 11. Friburgo, en "Xabier Zubiri. La soledad sonora" y me viene a la memoria una cena el 9 de marzo de 2013 en la oscura ciudad de Hannover, en un restaurante que hacía las veces de bodega y cueva, en mesas cerradas sobre sí mismas, invitación para la conversación en intimidad. Después del primer vino del Rhein (M. gusta de los caldos centroeuropeos, quizá por su raíz y sus fuentes), roto el hielo del reencuentro, resueltos los problemas de nuestro pequeño país, M. indaga en mí: «creo que ese hombre tiene serias dudas respecto de su fe». La conversación se mueve en coordenadas del primer tercio del siglo XX: Hegel, el cierre del idealismo alemán, Nietzsche y Heidegger, la importancia del pensamiento continental en el desarrollo de Europa, las dos guerras… Joseph Ratzinger, el teólogo, tenía buenas razones para dar ese paso. La recreación de Vicens y Corina, M., un año después, fruto del azar, es el mejor cierre de nuestra conversación:
“– La mayoría de los filósofos – asevera Heidegger ante el pequeño grupo de profesores –, aun los más atrevidos, como Nietzsche o Kierkegaard, criticando los sistemas metafísicos, las diversas maneras de pensar el mundo y las cosas, llegar a entrever el abismo, pero inmediatamente escapan del vértigo. Hay que sostener la mirada del abismo, perder el miedo al vértigo sin correr a refugiarse en la palabrería. 
– ¿Pero no seremos entonces nihilistas puros? – pregunta uno de los presentes. 
– Más vale danzar sobre la cuerda en el vacío, sin redes protectoras, como un funambulista, que olvidar el ser metiéndose en el refugio de cualquier construcción.
– Eso también lo diría un nihilista. 
– Al nihilismo no se le combate huyendo, fabricando verdades, sino perdiéndole el miedo. Sólo si nos libramos de la metafísica que permanece fuera de la verdad del ser, podemos esperar librarnos del fantasma del nihilismo y de la inmoralidad de los moralistas. El justo no busca nada en sus obras. Son los siervos y los mercenarios quienes siempre obran en vista de algún «porqué» y de alguna obligación”.
VICENS, J.A. y COROMINAS, J. Xavier Zubiri. La soledad sonora. Taurus. Madrid: 2006


De vuelta a la cava, el vino apura sus últimas gotas. Cruzo una mirada. Los ojos de M. piden la cuenta (tiene un alemán con un acento dulce; el maître lo aprecia; los tres sabemos que habrá un mañana y otra conversación). La noche es fría. Hannover se muestra como una mujer madura, ocultando las heridas del tiempo con una tenue luz. El paseo es una invitación. En una ciudad con un cielo cubierto de estrellas es una extraña experiencia. 

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