Derrida (II) - Escritura y democracia (y 2)

Ese demócrata errante como un deseo o como un significante exento del logos, ese individuo que no es ni siquiera regularmente perverso, que está dispuesto a todo, que se presta a todos, que se entrega por igual a todos los placeres, a todas las actividades, eventualmente incluso a la política y a la filosofía («a veces se le creería sumergido en la filosofía; a menudo es hombre de Estado, y, saltando a la tribuna, dice y hace lo que se le ocurre»; 561 d), ese aventurero, como el del Fedro, simula todo al azar y no es verdaderamente nada. Entregado a todas las corrientes, está en la masa, no tiene esencia, ni verdad, ni patronímico, ni constitución propia. La democracia no es, por otra parte, una constitución en mayor medida que el hombre democrático tiene un carácter propio: «He mostrado también, creo, seguí, que reúne formas de todo tipo y caracteres de cien especies, y que es el hombre bueno y abigarrado (poikilon) que se parece al Estado democrático. Así, muchas personas de los dos sexos envidian ese tipo de existencia en que se encuentran casi todos los modelos de gobierno y de costumbres» (561 e). La democracia es la orgía, el libertinaje, el bazar, el mercado de objetos usados, la «feria» (pantopolion) de las constituciones donde se puede ir a elegir el modelo que se quiere reproducir» (557 d).
"La Farmacia de Platón", Jacques Derrida. 
Primera versión publicada en Tel Quel (núms. 32 y 33), 1968.

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