Descartes (III) - Principios morales

"... así, pues, con el fin de no permanecer irresoluto en mis acciones, mientras la razón me obligaba a serlo en mis juicios, y no dejar de vivid, desde luego, con la mejor ventura que pudiese, hube de arreglarme una moral provisional, que no consistía sino en tres o cuatro máximas, que con mucho gusto voy a comunicaros.
La primera fue seguir las leyes y las costumbres de mi país, conservando constantemente la religión en la que la gracia de Dios hizo que me instruyeran desde niño, rigiéndome en todo lo demás por las opiniones más moderadas y más apartadas de todo exceso, que fuesen comúnmente admitidas en la práctica por los más sensatos de aquellos con quienes tendría que vivir [...] y que para saber cuáles eran sus verdaderas opiniones, debía fijarme más bien en lo que hacían que en lo que decían [...] Y en particular consideraba yo como un exceso toda promesa por la cual se enajena una parte de la propia libertad [...] pero como no vía en el mundo cosa alguna que permaneciera siempre en idéntico estado y como, en lo que a mí mismo se refiere, esperaba perfeccionar más y más mis juicios, no empeorarlos, hubiera yo creíco comenter una grave falta contra el buen sentido, si, por el sólo hecho de aprobar por entonces alguna cosas, me obligara a tenerla también por buena más tarde, habiendo ella acaso dejado de serlo, o habiendo yo dejado de estimarla como tal.
Mi segunda máxima fue de ser en mis acciones lo más firme y resuelto que pudiera y seguir tan constante en las más dudosas opiniones, una vez  determinado a ellas, como si fuesen segurísimas [...] pues de este modo, si no llegan precisamente adonde quieren ir, por lo menos acabarán por llegar a alguna parte [...] Y esto fue bastante para librarme desde entonces de todos los arrepentimientos y remordimientos que suelen agitar las consciencias de esos espítirus endebles y vacilantes, que se dejan ir inconstantes a practicar como buenas las cosas que luego juzgan malas.
Mi tercera máxima fue procurar vencerme a mí mismo antes que a la fortuna, y alterar mis deseos antes que el orden del mundo, y generalmente acostumbrarme a creer que nada hay que esté enteramente en nuestro poder sino nuestros propios pensamientos, de suerte que después de haber obrado lo mejor que hemos podido, en lo tocante a las cosas exteriores, todo lo que falla en el éxito es para nosotros absolutamente imposible." 

Extracto de la tercera parte del "Discurso del Método", René Descartes.

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