Cicerón - Catilinarias (II)

"Pero sí, después de pasar por alto todas estas cosas en que nosotros abundamos y de las que él carece, a saber, el senado, los caballeros romanos, el pueblo romano, la ciudad, el erario, los impuestos, Italia entera, todas las provincias y los pueblos extranjeros; si, pasando por alto estas cosas, quisiéramos comparar las causas mismas que compiten entre sí, de la propia comparación podemos deducir lo hundidos que están ellos. En efecto, de este lado lucha la vergüenza, de aquél la arrogancia; de éste la honestidad, de aquél el libertinaje; de éste la lealtad, de aquél el engaño; de éste la piedad, de aquél el crimen; de éste la serenidad, de aquél el frenesí; de éste la dignidad, de aquél el deshonor; de éste la moderación, de aquél el desenfreno; de éste, para finalizar, todas las virtudes, la justicia, la templanza, la fortaleza, la prudencia compiten con todos los vicios, la injusticia, el lujo, la molicie, la temeridad; por último, la abundancia choca con la escasez, los buenos principios con los equivocados, la cordura con la locura y, en fin, la buena esperanza con la desesperación más absoluta. En una pugna y batalla de este tipo, ¿acaso los mismos dioses inmortales, en el caso de que faltara el empeño humano, no impondrían que tantos y tan grandes vicios fueran superados por unas virtudes tan excelentes?"
CATILINARIAS II, 11.

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