Cicerón - Catilinarias (I)

"¿Hasta cuándo vas a estar abusando, Catilina, de nuestra paciencia? ¿Por cuánto tiempo aún esta locura tuya seguirá burlándose de nosotros? ¿A qué extremo se lanzará tu audacia desenfrenada? ¿Nada te ha impresionado la guarnición nocturna del Palatino, nada las patrullas de la ciudad, nada el temor del pueblo, nada la concentración de todos los ciudadanos de bien, nada la protección extrema de este lugar elegido para reunir el senado, nada la expresión de los rostros de los presentes? ¿No te das cuenta de que tus planes están al descubierto? ¿No ves que tu conjura, al ser conocida por todos éstos, está ya abocada al fracaso? ¿Quién de nosotros crees tú que puede ignorar lo que has hecho la noche pasada y la anterior, dónde has estado, con quiénes te has reunido y que decisión has tomado?
¡Qué tiempos! ¡Qué costumbres! El senado comprende todo esto, el cónsul lo ve, y éste, no , toma parte de las deliberaciones públicas, señala con su mirada a cada uno de nosotros y nos destina a la muerte. En cambio, a nosotros, hombres enérgicos, nos parece que velamos suficientemente por la república, si conseguimos escapar a los ataques de su locura. Hace ya tiempo, Catilina, que tendrías que haber sido condenado a muerte por una orden del cónsul, y que esa destrucción, que tú desde hace mucho maquinas contra todos nosotros, tendría que haberse vuelto contra ti.
En cambio, un personaje tan distinguido como Publio Escipión, pontícife máximo, mató a título personal a Tiberio Graco por perturbar ligeramente la estabilidad de la república. ¿Y a Catilina, que intenta devastar a sangre y fuego el orbe de la tierra, nosotros, los cónsules, se lo vamos a consentir? Porque no voy a citar acontecimientos demasiado lejanos, como cuando Gayo Servilio Ahala mató con su propia mano a Espurio Melio porque tramaba una revolución. Hubo, sí, hubo en otros tiempos en esta república un patriotismo tal que aquellos hombres enérgicos aplicaban penas más duras al ciudadano peligroso que al más implacable enemigo. Tenemos, pues, contra ti, Catilina, un decreto del senado severo y duro; no le falta a la república ni la deliberación ni la autorización de esta institución; somos nosotros, precisamente nosotros, los cónsules, lo digo abiertamente, quienes faltamos."
CATILINARIAS I, 1.

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