40-1-0

En un momento de buscada soledad, entre el ruido de personas que me son desconocidas, en un lugar donde acostumbro a regresar, detengo mi camino y pienso. Observo en mi interior y noto la angustia vital que me atrapa y me consume. Huyo en el refugio de lo cotidiano: A., mi familia,  mis amigos, mis libros, mi trabajo... pero la angustia persiste, la noto, trepa por mi interior y busca mi conquista; es de un hedor y un aliento difícil de ignorar. Ya en plena madurez, con media vida transitada, presiento que ésta ha sido sólo una más. Todo lo conseguido, todo lo pasado, lo observo con lejanía y nostalgia, porque todo quedó atrás. Son cuarenta y uno pero hace mucho que lo son. De niño me sentí atraído por la religión, decidí mi profesión a los once - fui vocacional -, a los dieciséis encontré mi pasión en la filosofía, con dieciocho desarrollé mi gusto por el teatro y la danza - en general, la cultura - (¿dónde se quedó mi vocación?), y a medida que crecía nacía en mi esa angustia. Hoy la observo desde dentro. Sé que todo lo realizado hasta ahora ha sido gobernado por ella; no nació; me predecía; simplemente no fui consciente de ella. Los años que he pasado, mis libros, mi búsqueda interior... todo respondía a la necesidad de llenar ese vacío, de encontrar a Dios. Pensé - era muy pequeño - que creando máquinas inteligentes nos acercábamos a Él (o quizá a Ella). El espacio religioso nunca fue un lugar cómodo para mi (no sé como alguien puede tener fe en algo hoy día; ninguna religión he encontrado con espacio suficiente para nuestra humanidad). La filosofía me reconfortó - y sigue haciéndolo - pero es un camino agotado. Todo radica en nuestra conciencia de la muerte, de lo fatuo, de lo temporal; nuestra casilla cuatridimensional no nos permite ver fuera de ella (somos, en cierta medida, seres enjaulados en una inmensa prisión que llamamos espacio y tiempo). Pensar en huir de ello a través de los hijos es algo usual en nuestra especie, pero ingenuo. No tuvimos hijos, no los quisimos. Son cuarenta y uno, y el mundo me parece pequeño; ya he visto y sentido el amor, la fe, la compasión, la entrega, la amistad; ya he visto y sufrido la muerte, la desolación, la soledad, el egoísmo... Nuestra especie no aporta nada nuevo. Nada he encontrado que no existiera hace "ochenta abuelas" (esta expresión de Oteiza la tomo prestada por su belleza y su ligazón entre dadoras de vida; nunca apreciaremos tanto a las mujeres; nunca podremos pagar todo lo que han hecho por sus hombres); pienso que nada encontraré dentro de poco, y después, nada quedará para que lo encuentre. La fe no ayuda, la religión no llega, la filosofía no tiene respuesta. Al final no hay consuelo para el hombre. Tiene que existir algo por lo que la vida merezca ser perdida, porque vivirla sin ello... eso sí es perderla. Mi espíritu se levanta y se enfrenta a esa angustia vital. Quiere crear para perpetuarse. Quiere (quiero) metas y objetivos que trasciendan su tiempo, que perduren más allá de una vida, quiere (anhelo) algo por lo que morir sabiendo que lo merecía ("mirar a la eterna señora y sonreirla; amarla como mujer que es, y entregarme a ella de forma definitiva"). Emprendo de nuevo una búsqueda porque mi alma llora. No puedo ver como se queman las horas. A. me mira extrañada porque escribo en su bloc de pedidos. P. me habla de los distintos tipos de cerveza. Aquí, en Begoña, el lugar que me vio nacer, miro a través del cristal. Las fiestas de Bilbao se consumen, yo me consumo y me pregunto "noiz arte?"    

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