El delfín y las almas

Soñaba una travesía en un barco de madera. 
Marco enrolado entre la tripulación.
Ana preocupada, temiendo por nuestras vidas, abandona el camarote.  
Despierto. Voy a la terraza. Un velero está fondeado justo enfrente. Una nave conocida... preparo los temas de los premios. 
Ana se levanta. Quiere caminar por la orilla. Sale. La observo desde la terraza cogiendo conchas, caminando... y a su paso un delfín la acompaña. 
Lágrimas de júbilo.
Soñaba caminando junto a Lu, por un puerto pesquero. 
Conversaciones del trabajo, siempre con un punto de amargor, de rechazo. 
En el horizonte, una versión onírica de la variante ovoide de Oteiza en dos aceros. 
La contemplo sin detenerme, maravillado.
Alcanzo la pensión del puerto, escaleras de madera y una garita. 
Manu dentro, leyendo con sus gafas, se extraña de mí: 
No me ha saludado. ¿Será que no me reconoce?
Subo las escaleras y su voz, sus palabras, incapaz de recordarlas, golpean en mi memoria. 
Soñaba a los amigos disfrutando de una velada en Bilbao, en nuestros lugares queridos.
Noche y luces, voces francesas y un accidente. Extraña entrevista.
Javier en su oficina. Le llamo por teléfono. Algo de una Excel que no funciona. Excusas para conversar.
Golpeo en el cristal. Él se levanta y acude.
¿Qué pasa Marco? ¿No quedamos ayer con Hilda y los demás?
Sí, sí. Sólo quería verte. Necesitaba hablarte.
Sonríe y baja la persiana de su despacho.
Un delfín -todas las almas- surge del azul y se sumerge.
Las lágrimas no vertidas se derraman en sueños.





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