El Año 0 de la condición Postmoderna - Lyotard, Platón y la cuarta revolución industrial
Desvela Lyotard en los años 70 las claves de lo que hoy
vivimos con novedad y asombro. El filósofo no refiere ni el Big Data ni los CPS
pero enuncia dónde y por qué medios se vehiculan las decisiones basadas en el
modelo de comunicación informática. Extraigo de La condición postmoderna. Informe sobre el saber (Teorema: Madrid,
1987), esta cita que resulta esclarecedora del rumbo tomado.
«Digamos, para ser breves, que
las funciones de regulación y, por tanto, de reproducción, se les quitan y se
les quitarán más y más a los administradores y serán confiadas a autómatas» (p.
15).
Aquí empezamos a percibir la fábrica robotizada, gobernada
por sistemas que se comunican entre sí y se regulan, donde el espacio del
hombre se va reduciendo desde el diseño y la ejecución hasta la mera contemplación
de un mecanismos autónomo, que decide per-sé lo conveniente, que se sujeta sólo
a la optimización de inputs y outputs. Cadenas de robots apoyados por robots
construidos por robots que se mejoran a sí mismos, día a día, código a código,
lenguaje maquinal.
«La cuestión principal se
convierte y se convertirá más aún en poder disponer de las informaciones que
estos últimos deberán tener memorizadas con objeto que se tomen las decisiones
adecuadas» (ib.).
Sistemas con memoria (esa nube) que aprenden y deciden (esa
inteligencia innatural). La planta se convierte en un ente con entidad propia.
La fábrica se piensa en base a su
experiencia. Sus decisiones serán aquéllas que convengan a sus fines; sus fines serán los que sus máquinas (piezas, partes) determinen.
«La disposición de las
informaciones es y será más competencia de expertos de todos los tipos. La
clase dirigente es y será cada vez más la de los «decididores». Deja de estar
constituida por la clase política tradicional, para pasar a ser una base
formada por jefes de empresa, altos funcionarios, dirigentes de los grandes organismos
profesionales, sindicales, políticos, confesionales» (ib.).
Las palabras del filósofo son suficientemente elocuentes. El
mundo actual se rige por las normas que establece una clase dirigente que está
alejada de los mecanismos de regulación democráticos. O quizá no, quizá está
tan imbuida en los mismos que encuentra ahí su legitimación. Un maridaje de tal
calado que en aras del bien común deja la puerta abierta a la mayor
desigualdad. Se pregunta Lyotard por la legitimidad de la ciencia y de su
discurso. Nos lleva a La República de
Platón, libros VI y VII (Edimat: Madrid, 2000). Extracto este párrafo que
encuentro sintomático del tiempo que vivimos.
«Imagínate un hombre que tuviese
a su carga una criatura grande y fuerte y que para cumplir bien su cometido se
aprendiese sus inclinaciones naturales y sus apetitos con objeto de saber por
dónde hay que acercársele y sujetarle, y cuándo se muestra fiera o se aplaca, y
por qué causas y con qué motivos suele articular determinadas voces y cuáles
son, a la vez, las que, pronunciadas por otro, le amansan o irritan» (p. 247).
No puedo evitar pensar en la educación de Numa y en la labor
de los analistas de bolsa, pero sigamos.
«Imagínate ahora que, por el
trato o la experiencia adquirida, diese en llamar ciencia a este arte y se
dispusiese a enseñarlo a los demás, apenas sin poder discernir lo que hay de
hermoso o de feo, de bueno o de malo, de justo o de injusto en cualquiera de
estas inclinaciones y apetitos. No parece dudoso que emplearía todas estas
denominaciones de acuerdo con los instintos de la gran bestia; esto es,
llamando bienes a todo lo que a ella agrada y males a lo que a ella aflige,
pero mostrándose incapaz de razonar estos calificativos y limitándose a llamar
justo y hermoso a todo lo necesario, aunque sin llegar a comprender ni a
exponer a los demás cuánto difieren entre sí lo necesario y lo bueno» (ib.).
Es la satisfacción de la bestia – convertida en método
científico – la que orienta las decisiones; no la verdad ni lo justo, sino el
bienestar determinado por la misma. Así, la legitimación de las acciones se
reduce a la satisfacción instintiva. Esto es lo que sucede cuando de las
ciencias sociales pretendemos hacer
ciencia. La Economía no es una
ciencia – y sin embargo – se aplica como si sus enunciados fueran verdades
inconmensurables. Así, la Economía se
rinde a medir los estados de ánimo del Capital.
Así, lo bueno es aquello que al capital agrada y lo malo es lo que molesta al
capital.
Ahora, cuando hablamos de la cuarta revolución industrial
conviene detenerse y pensar porqué surge en este momento del ser – en este
instante de su máxima debilidad –; a qué o quién le interesa y qué o quién se
beneficia de ello. ¿Es realmente un bien para el hombre? Heidegger nos invitaba
a pensar en la esencia de la técnica y nos recordaba que ésta no era tal. En el
modelo de sociedad de la organización total, ¿queda espacio para el conflicto,
el debate, la creatividad? ¿No es acaso el escenario del totalitarismo el que
se presenta ante nuestros ojos? Sin dramatismos, no es un mundo de
cibersistemas que gobiernan la vida privada de cada persona. Es peor.
Desaparece del mundo el mismo ser puesto que éste no se porta en el lenguaje de
la ciencia. Es el cumplimiento del nihilismo. Entramos en el año 0, 1984.
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