Basta ya. No tengáis miedo.

"¡No tengáis miedo!"
Con estas palabras Karol Józef Wojtyła, el 22 de Octubre de 1978, llama al mundo a pasar a la acción, a tomar conciencia de su deber, de su responsabilidad, de su poder-hacer, y da inicio a su Pontificado como Juan Pablo II.

Cierto que con una misión diferente, contextualizada a la apertura a Cristo, el Papa Wojtyla retoma las palabras del evangelio de Mateo. Hoy - y quizá siempre - son palabras que no invitan sino incitan, no muestran sino alientan, no es una retórica sino una arenga para levantar la moral, exaltar el ánimo, cerrar las filas, hacer frente a la situación, y dar el primer paso.

El miedo se está abriendo paso entre nosotros... de una forma interesada, dirigida, consciente. Ese animal - temible porque lleva a un terror desconocido - es el que debemos cazar y exterminar. "¿A quién le interesa una población temerosa?" A nadie se nos dirá; palabras vacías, pues sí tiene un precio el temor y es el de la paz social. ¿Alguien puede imaginar una sociedad de personas mayores que decidan hacer frente a la situación actual? Ciertamente, no. Y mientras no se le haga frente seguirá creciendo pues nadie espera ya más que su propia salvación: "eso que les pasa a aquellos a mi no me va a pasar", dice el ignorante incapaz de percibir siquiera el ruido del agua que arrastra nuestro tiempo. "¿Y qué me dices de escuchar a hombres y mujeres de cuarenta y tantos preocupados por su jubilación?" Más les vale preocuparse por su quehacer y por su aportación al bienestar común. Estos son solo reflejos de un egoísmo que lo impregna todo. La cura del egoísmo es la generosidad, pero duele desprenderse de lo propio, ¿verdad?

No conozco un animal igual al hombre. Y la verdad, tampoco conozco al hombre. Con toda su capacidad, con toda su creatividad, con toda su inteligencia, se muestra incapaz de decir "¡No!" y empezar a darle fin a la situación actual. "¿Pero qué nos pasa?", me pregunto. "¿Y los valores? ¿Qué ha sido del amor? ¿Qué de la compasión?", ambos, me temo, confundidos en una palabra moderna: "solidaridad", palabra que permite añadir un quamtum, porque se puede ser más o menos solidario (ese vergonzoso porcentaje que destinamos al bien común; la limosna establecida por ley) pero no se puede hablar de más o menos amor, ni de más o menos compasión; ambas son virtudes y no tienen medida.

Cierro recordando a Lucio Anneo Séneca, en su obra "De vita beata", donde nos da unas señales claras de lo que no estamos haciendo:
"Busquemos algo bueno, no en apariencia, sino sólido y duradero, y más hermoso por sus partes más escondidas; descubrámoslo. No está lejos: se encontrará; sólo hace falta saber hacia dónde extender la mano; mas pasamos, como en tinieblas, la lado de las cosas, tropezando con las mismas que deseamos."
No puede haber felicidad en nuestra especie si no encontramos esa meta común. Las religiones no llegan y están desaparecidas. Las ideologías - otra forma de hacer religión - se muestran fracasadas. La ausencia de una utopía - de nuestro mundo mejor - nos conduce a la desesperanza del "sólo aquí y sólo ahora". Si no hay mañana para el hombre no queda un sitio para un "¡no!". Esta es la trampa a la que nos encaminamos, insisto, bien guiados.

¡Basta ya! Seamos dueños de nuestras vidas, marquemos un objetivo colectivo, miremos por encima del terrible presente, cerremos los ojos al asfixiante pasado, creemos con nuestro trabajo nuestro futuro, y hagamos con cada día un paso en el camino. Este sendero empieza diciendo "¡no!", repensando el camino y señalando una meta nueva. ¡No tengáis miedo!

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