Volver


Hay sitios que nunca deberían desaparecer. Volver a ellos es reencontrarse con el pasado, revivirlo, recordarlo, ... Es la sensación de entrar en un tiempo vacío, en un paréntesis en nuestra vida. Es volver, repasar la infancia, recordar los amigos perdidos, los primeros juegos (inventamos el fútbol en Uretamendi; una piedra era el balón, unos jerseys las porterías; el resto, nuestra imaginación), las primeras aventuras ("Roca Madre" era un sitio mágico; era nuestro sitio; guerrear con Iturrigorri y Betolaza era algo habitual; inventar armas también: hacerlas era magnífico), mi abuelo Antonio llamándonos desde la ventana, la tienda de ultramarinos con sus gatos, la mina (peligrosa mina), los raíles por los que transcurrían las vagonetas con el mineral de hierro...
Hoy, el frío granito de Nuestra Señora de Belén, me ha llevado a los hermanos Jesuitas, a mis abuelos, a mi tío Juanito, al Bar Zamora, a los cumpleaños con Coca-Cola y patatas fritas, a las fiestas del barrio, a los Domingos vestidos de Domingo, a la misa de niños, a las preguntas del Evangelio, a las manos levantadas con la respuesta presta...  Hoy, el frío granito por mi primo ausente, era una cálida caricia, un encuentro con un amigo de lejos, un reencuentro... Treinta años no son nada. La parroquia que me bautizó, el lugar de reunión de mis abuelos, de mis padres y tíos, sigue ahí, incombustible, arropada en una pared de roca de la que emana un manantial. Uretamendi, no es un lugar. Es un sentimiento.

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