Tucídides (II) - Homenaje a los caídos
"43.- Estos se portaron tal como se merecía la ciudad. En cuanto a los que quedan, deben rogar porque sus planes respecto al enemigo resulten más seguros y pretender no ser menos arrojados, fijándose en los beneficios no sólo por las palabras (...), sino más bien por contemplar de hecho cada día el poder de la ciudad y ser amantes de ella, y si os parece que es grande, reflexionando en que lo adquirieron hombres que se atrevían a cumplir y conocían su deber y tenían pundonor a la hora de ejecutarlo, y cuando fracasaban en el intento, por pretender que la ciudad no quedase privada de su propio valor, le entregaban su aportación más hermosa.
Al entregar sus vidas a la colectividad, recibieron individualmente un elogio que no envejece y la tumba más insigne, no en la que yacen, sino más bien en la que su fama perdurará eternamente cada vez que se ofrezca la ocasión de mencionarla o celebrarla. De hombres ilustres la tierra entera es tumba, y no sólo lo indica en su tierra una inscripción sobre estelas, sino que incluso en tierra extraña pervive en cada individuo el recuerdo no escrito, cimentado más en su pensamiento que en la obra realizada.
Ahora vosotros, émulos de éstos y en la consideración de que la felicidad se basa en la libertad y la libertad en el valor, no miréis demasiado los riesgos de la guerra, pues no son los desgraciados que no esperan ningún bien quienes con más razón no deberían escatimar su vida, sino aquéllos en cuya vida se corre el riesgo de un cambio adverso y en quienes las circunstancias serían muy diferentes caso de tropezar. Para un hombre que se precie es más doloroso el decaimiento que acompaña la enfermedad que una muerte sin sentirla cuando se tiene vigor y la esperanza común de todos.
44.- Es por ello por lo que a los padres de éstos, a cuantos estáis presentes, no les doy mi condolencia más que mi consuelo. Tienen conciencia de haberse criado en circunstancias variables y de que la felicidad es para quienes logran el más hermoso final, como éstos ahora, mientras vosotros participáis de la pena, y para quienes su vida fue medida de tal manera que su felicidad acaba con la muerte.
Sé que es difícil aliviaros del dolor por los que con frecuencia recordaréis en la dicha de otros, dicha de la que también vosotros os ufanasteis en otras ocasiones. La pena no se tiene por los bienes de los que uno se ve privado sin probarlos, sino por los otros que le quitan cuando se está habituado.
Deben resignarse también en la esperanza de otros hijos quienes aún están en edad de tenerlos, pues desde el punto de vista privado, los que vengan harán olvidar los que ya no están y a la ciudad convendrá por dos razones: por no despoblarse y por seguridad; pues no es posible que deliberen con equidad y justicia quienes no se arriesgan igual al ofrecer sus hijos.
En cambio, cuantos habéis superado la de edad de ello, pensad que vuestra ganancia es haber vivido dichosos la mayor parte de vuestra vida y que ésta será breve; aliviaos también con el renombre de éstos, pues el ansia de honores es lo único que no envejece, y no agrada más en la época inútil de la vida el lucro, como algunos creen, sino el recibir honores".
Al entregar sus vidas a la colectividad, recibieron individualmente un elogio que no envejece y la tumba más insigne, no en la que yacen, sino más bien en la que su fama perdurará eternamente cada vez que se ofrezca la ocasión de mencionarla o celebrarla. De hombres ilustres la tierra entera es tumba, y no sólo lo indica en su tierra una inscripción sobre estelas, sino que incluso en tierra extraña pervive en cada individuo el recuerdo no escrito, cimentado más en su pensamiento que en la obra realizada.
Ahora vosotros, émulos de éstos y en la consideración de que la felicidad se basa en la libertad y la libertad en el valor, no miréis demasiado los riesgos de la guerra, pues no son los desgraciados que no esperan ningún bien quienes con más razón no deberían escatimar su vida, sino aquéllos en cuya vida se corre el riesgo de un cambio adverso y en quienes las circunstancias serían muy diferentes caso de tropezar. Para un hombre que se precie es más doloroso el decaimiento que acompaña la enfermedad que una muerte sin sentirla cuando se tiene vigor y la esperanza común de todos.
44.- Es por ello por lo que a los padres de éstos, a cuantos estáis presentes, no les doy mi condolencia más que mi consuelo. Tienen conciencia de haberse criado en circunstancias variables y de que la felicidad es para quienes logran el más hermoso final, como éstos ahora, mientras vosotros participáis de la pena, y para quienes su vida fue medida de tal manera que su felicidad acaba con la muerte.
Sé que es difícil aliviaros del dolor por los que con frecuencia recordaréis en la dicha de otros, dicha de la que también vosotros os ufanasteis en otras ocasiones. La pena no se tiene por los bienes de los que uno se ve privado sin probarlos, sino por los otros que le quitan cuando se está habituado.
Deben resignarse también en la esperanza de otros hijos quienes aún están en edad de tenerlos, pues desde el punto de vista privado, los que vengan harán olvidar los que ya no están y a la ciudad convendrá por dos razones: por no despoblarse y por seguridad; pues no es posible que deliberen con equidad y justicia quienes no se arriesgan igual al ofrecer sus hijos.
En cambio, cuantos habéis superado la de edad de ello, pensad que vuestra ganancia es haber vivido dichosos la mayor parte de vuestra vida y que ésta será breve; aliviaos también con el renombre de éstos, pues el ansia de honores es lo único que no envejece, y no agrada más en la época inútil de la vida el lucro, como algunos creen, sino el recibir honores".
Tucídides, "Historia de la Guerra del Peloponeso", LIBRO II.
Discurso fúnebre de Pericles en el primer año de guerra.
A mis tíos Antonio y Antonia, a mi primo Juan Carlos. In memoriam.
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