Injusta guerra. Virtud y decadencia de Roma (III)


Acabada la batalla, se echó de ver cuánta determinación y esfuerzo había en el ejército de Catilina, porque casi el mismo sitio que cada soldado ocupó al darse la batalla, cubría después con su cadáver; sólo aquellos pocos a quienes desordenó la cohorte pretoria, rompiendo por medio de ellos, murieron algo separados; pero todos haciendo cara al enemigo. Catilina fue hallado entre los muertos, lejos de los suyos; aún respiraba y mantenía en su rostro aquella fiereza que había tenido vivo. De todo aquel ejército ni en la batalla ni en alcance se hizo siquiera un ciudadano prisionero; de tal suerte habían todos mirado tan poco por sus vidas, como por las de sus enemigos.

Ni la victoria fue para el ejército del pueblo romano alegre o poco costosa, porque los más valerosos o habían muerto en la batalla o habían sido gravemente heridos, y muchos que salieron de los reales por curiosidad o por despojar a los enemigos, se encontraban entre los cadáveres, unos con el amigo, otros con el huésped o el pariente, y hubo algunos que aun a sus enemigos conocieron. De esta suerte la alegría y tristeza, el gozo y los llantos iban alternando por todo el ejército.

"La conjuración de Catilina", Cayo Salustio Crispo.

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