Tocqueville y el contrato social - la nueva aristocracia.


Es recomendable repasar las mentes preclaras de los siglos que nos precedieron para entender lo que está ocurriendo a nuestro alrededor en nuestros días. Los medios de comunicación desarrollados en el siglo XX no ayudan a una reflexión de lo que acontece. Sirven como altavoces, trasladan mensajes, consignas, y si se quiere, son importantes generadores de ruido, ruido que facilita un desviar del foco de lo importante en relación a lo urgente. Para entender lo que acontece es necesario prestar atención y hacerlo no en los pequeños detalles sino en el funcionamiento del conjunto. Una de esas mentes fue Alexis de Tocqueville. Muy recomendable la lectura de “La Democracia en América”. Traducción de Luis R. Cuéllar. México-Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Siguiendo este libro encuentras algo que podíamos presentir pero que quizá nuestro ajetreado día a día lo cubría de un velo espeso. Tocqueville habla de la democracia, de sus virtudes y de sus defectos; habla de los pilares de la misma, libertad e igualdad, de sus equilibrios, del egoísmo y del individualismo. El autor realiza un contraste desde su visión de francés en EE.UU, interpreta el impacto de nacer iguales y no haber vivido revolución alguna, reflexiona sobre el carácter anglosajón de los habitantes de ese vibrante país, respecto de su bienestar, respecto de su democracia y de las formas de gobiernos pasadas y presentes (en su siglo XIX) en Francia y Europa… La virtud de Tocqueville radica en su posición equilibrada, distante, propia de un analista. No justifica ni defiende las rutas seguidas por las sociedades de uno y otro continente, no se posiciona en una u otra forma de gobierno, pero sí resalta cómo la revolución de la democracia ha trastocado las relaciones entre siervos y señores generando un nuevo status quo donde la cadena social se ha roto en eslabones y cada uno vela únicamente por sus intereses. Habla del bienestar y de la felicidad material, critica el ilusorio perseguir americano, y termina amplificando unas señales que – pienso – hoy se evidencian de forma constante y que se acentúan en los países emergentes. El contrato social se hace inexistente. El autor habla de la mutua responsabilidad que se daba en las sociedades aristocráticas y lo contrasta con el nuevo modelo surgido de la sociedad democrática e industrial; expone cómo de las raíces de la democracia, de la libertad y de la igualdad, renace un hijo que había sido vencido por la misma: la aristocracia.

“Así, a medida que la masa de la nación se inclina a la democracia, la clase particular que se ocupa de la industria se vuelve más aristocrática. Los hombres se hacen cada vez más semejantes en la una y más diferentes en la otra, y la desigualdad crece en la pequeña sociedad en la misma proporción que crece en la grande. Esta es la razón por la que, remontándose al origen, parece que se ve a la aristocracia salir por un esfuerzo natural del seno mismo de la democracia.”

Pero, ¿quién compone esa nueva aristocracia que anticipa Tocqueville? El autor lo describe por contraste. Las necesidades de bienes materiales una pujante nueva sociedad, la aparición de una clase media y la extensión de las fortunas, el deseo acelerado por la posesión de nuevos recursos…; todo ello conjugado con la demostración de las virtudes de la especialización y la división del trabajo como mecanismo para aminorar los costes de fabricación, lleva a la aparición de dos roles claramente diferenciados en el seno de la sociedad industrial y democrática: el obrero (sigo su terminología) y los maestros y directores. Una y otra nacen iguales pero se distancian en cada paso. El autor defiende el embrutecimiento del hombre a través de la especialización:

“Cuando un artesano se entrega de un modo exclusivo y constante una fabricación de un solo objeto, acaba por desempeñar este trabajo con una destreza singular; pero pierde al mismo tiempo la facultad general de aplicar su espíritu a la dirección del trabajo: cada día se hace más hábil y menos industrioso, y puede decirse que el hombre se degrada en él a medida que el obrero se perfecciona(el subrayado es mío).

Cuando leo este párrafo y pienso en el modelo productivo aplicado a las factorías de software (en ellas porque me resultan familiares) creo que Tocqueville dio de lleno en su afirmación. La especialización es necesaria en nuestro complejo mundo pero no sirve al interés del hombre por su propio desarrollo personal. El resultado es, cuando menos, la apatía y – a poco que avancemos por los estados psíquicos – la infelicidad y los estadios depresivos. Si unimos a ello la sensación de inseguridad e incertidumbre derivadas de las crisis cíclicas que se desarrollan en nuestro modelo económico no es de extrañar el importante uso de ansiolíticos y de profesionales de la psicología en EE.UU. Esto mismo se viene desarrollando en Europa. En Asia no tardará en llegar. Debería ser una aspiración legítima de cada hombre pertenecer a esa nueva aristocracia anunciada por Tocqueville:

“Así pues, al mismo tiempo que la ciencia industrial rebaja incesantemente a la clase obrera, eleva la de los maestros y directores. Mientras que el obrero reduce más y más su inteligencia al estudio de un solo detalle, el dueño extiende su vista sobre un conjunto más vasto y su espíritu se ensancha a medida que el del otro se estrecha: muy pronto el segundo no necesita más que la fuerza física sin la inteligencia, mientras que el primero tiene siempre necesidad de la ciencia y casi del ingenio, para tener buen éxito. El uno se parece cada vez más al administrador de un vasto imperio y el otro a un bruto”.

El discurso es a nuestros ojos excesivo, radical, pero su esencia es fácilmente reconocible en nuestra sociedad postindustrial. Las personas dotadas de don, de talento, deberían mover todos sus recursos para dedicarse a desarrollar – no un trabajo – sino un arte. Esto serviría para su desarrollo humano y profesional. Las actividades de alta especialización debemos trasladarlas a aquéllos que son capaces de hacerlas mejor, es decir, los robots o máquinas. Es cierto que nuestro desarrollo científico requiere de esa especialización, tanto más cuanto más extenso es el abanico de ámbitos de conocimiento en el que nuestra especie descubre y se sumerge cada día. Pero no es menos cierto que la propia especialización está impidiendo una visión holística de los problemas. El reto está en trascender y esa trascendencia es hacer de la ciencia un arte. La ciencia es una expresión cultural humana sublime. Requiere no ingenieros sino artistas, creativos, visionarios… En cierta medida, los creadores de nuestro Renacimiento europeo son el modelo a imitar en nuestro avance científico en el presente siglo.

Abandono ya a Tocqueville con una última cita prestada de este genial autor, cita que resalto por la contemporaneidad de su mensaje y con la vana esperanza de que sirva para un repensar en el rumbo tomado:

“La aristocracia que funda el negocio, jamás se consolida en medio de la población industrial que dirige, pues su objeto no es gobernarla, sino servirse de ella. Una aristocracia así constituida no puede tener un fuerte imperio sobre los que emplea, y si lo consigue por un momento, bien pronto se le escapan. No sabe querer y no puede obrar. La aristocracia territorial de los siglos pasados estaba obligada por la ley o se creía obligada por las costumbres, a ir en auxilio de sus servidores y a aliviar sus miserias; pero la aristocracia manufacturera de nuestros días, después de haber empobrecido y embrutecido a los hombres de que se sirve, los abandona en los tiempos de crisis a la paridad pública para que los mantenga. Esto resulta naturalmente de lo que sucede. Entre el obrero y el patrono, las relaciones son frecuentes, pero no existe nunca una asociación verdadera.”

Se ha perdido el contrato social porque la lógica del capitalismo no hace sino mostrar su talante. Miremos de nuevo a la libertad y el conocimiento. Miremos de nuevo a la PYME y la Cooperativa. Recuperemos la fuerza de la suma de talentos y el objetivo común. Trabajemos, – no desde el egoísmo ni el individualismo –, trabajemos desde el compromiso social. Hacer algo que reporta al conjunto produce un gran bienestar.

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